La teología católica nos enseña que el proceso de composición de los
libros sagrados fue un proceso divino-humano en el que Dios y el autor humano
intervinieron cada uno con la propia potencialidad creativa, de modo que, si
por una parte Dios se debe considerar ‘Autor’ de la Sagrada Escritura, lo es en
cuanto que inspira a los autores humanos: «Dios, actuando en ellos y por medio
de ellos, hizo que éstos escribieran, como verdaderos autores, todo y sólo lo
que El quería», según la fórmula adoptada por el Concilio Vaticano II (cf DV
11).
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