La Biblia nos muestra al hombre como una criatura de Dios; es pobre y pecador, pero hecho a «imagen y semejanza» de su creador. Es objeto del amor de Dios; y llamado a ser su hijo en Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, el hombre está destinado a participar eternamente de la visión divina (Gn 1,26; Sal 8; 51; 130; 1 Jn 3,1-2).
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