Puede decirse que una de las más bellas sinfonías de compositores mexicanos es la «Sinfonía India» de Carlos Chávez (1899-1978), una composición que toma su peculiar carácter sonoro de la combinación de tres elementos fundamentales, plenamente interdependientes entre sí: las melodías indígenas originales, la complejidad rítmica, y el empleo de ciertos instrumentos prehispánicos de percusión.
En esta, como en otras obras de Chávez —como Cuatro Soles y Fuego Nuevo— las melodías indígenas están presentes de una manera muy especial. El compositor afirmó en varias ocasiones que eso lo hacía porque esa era la primera música que había oído, y que era la que más había nutrido su gusto y su sentido musical.
En particular, la «Sinfonía India» tiene como materia prima tres melodías surgidas de otros tantos grupos étnicos mexicanos: los Seris y los Yaquis de Sonora, y los Huicholes de Nayarit. Respecto a la complejidad rítmica de la pieza, es claro que nace, en parte, del respeto que Chávez tuvo por los patrones rítmicos de las melodías que utilizó.
La obra comenzó a componerse en diciembre de 1935, durante la primera gira del compositor por los Estados Unidos como director, y la terminó a principios del año siguiente. Se estrenó bajo la dirección de Chávez en una presentación de radio de la Columbia Broadcasting Orchestra el 23 de enero de 1936, y fue solicitada luego por la Orquesta Sinfónica de Boston dirigida por el compositor el 10 de abril de 1936. El estreno mexicano tuvo lugar en la capital el 31 de enero de 1936.
Esta sinfonía se ha vuelto inmensamente popular, por lo que es la fuente principal de la identidad del compositor con el público, comparable a este respecto con la Quinta Sinfonía de Beethoven y el Bolero de Ravel.
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