«Floresta do Amazonas» (La Selva Amazónica) es una obra para soprano solista, coro masculino y orquesta, compuesta en 1958 por el brasileño Heitor Villa-Lobos (1887-1959) de quien ya he compartido algo de su música. Una obra originalmente para cine terminada por este gran músico unos meses antes de su muerte.
Dividida en dos partes, esta Suite Sinfónica tiene, además de su belleza coral, una historia muy peculiar, pues se trata originalmente de música compuesta para una película. Villalobos fue invitado acomponer la música para el filme «Mansiones Verdes», una película basada en la novela de Guillermo Enrique Hudson. Como Villa-Lobos realizó la composición al margen del guión, la empresa la mandó adaptar de modo sincrónico, lo cual corrió a cargo de Bronislaw Kaper. La película de por sí fue un fracaso comercial y muy poco de lo compuesto por el brasileño se pudo escuchar luego en pantalla, ya que la MGM decidió utilizar tan sólo una pequeña parte de lo escrito por Villa-Lobos. El compositor renegó de tal cosa y arregló su trabajo añadiéndole cuatro canciones con letra de Dora Vasconcellos, dándose tiempo de grabarla en Nueva York, bajo su dirección y con Bidú Sayao como solista. Con el pasar del tiempo y la revalorización de la creación nativa, la obra se transformó en un tratado sobre las profundas raíces de la cultura indígena brasileña.
En el libro, la protagonista de la historia es Rima, una niña-pájaro que vive en un lugar de la selva sagrado para los indios y que tiene poderes sobrenaturales siendo considerada una diosa por los animales y los hombres, quienes la adoran y temen por igual. Con ese material, Villa-Lobos creo esta sinfonía, una especie de cantata con rasgos dramáticos, o un poema sinfónico con voces —una soprano y un coro masculino que canta en lengua indígena—. La música de «Floresta do Amazonas» consigue trasladarnos al mágico universo de la cultura amazónica, donde realidad y ficción, lo natural y lo sobrenatural, se entremezclan en una partitura donde los momentos más vigorosos y dramáticos se alternan con otros líricos y sentimentales, en perfecta armonía.
Hay quienes dicen que esta pieza es un sui generis que sintetiza la libertad con que Villa-Lobos siempre trabajó y la experiencia de un catálogo extenso, variado de géneros y apretado de lenguajes, lo cual le da la categoría de testamento del músico, por así decir, ya que es la última gran obra que compuso Villa-Lobos, quien fallecería poco después, en noviembre de 1959, y con ella culminó una serie de composiciones sobre el mundo indígena como fueron los ballets «Uirapurú» —que ya comenté— y “Mandú-Carará”, además del poema sinfónico «Ruda». Aquí está todo su autor: desgarrado, seductor, descriptivo, visionario, arquitectural. Y está también el momento culminante de la música latinoamericana, desde el México de Chávez hasta la Argentina de Ginastera pasando, obviamente, por la selva amazónica de la que surge esta monumental despedida villalobiana. ¡Disfruten esta obra maravillosa!:
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