Brahms realizó los primeros esbozos de la obra en 1861 y acometió el trabajo fundamental a partir de 1866, tras la muerte de su madre y de su protector Robert Schumann.
Se trata, pudiéramos decir, de una composición híbrida entre la cantata y el oratorio, donde la sensibilidad está muy próxima a la misericordia, la compasión y el optimismo, lo que la aleja del réquiem en sentido litúrgico, así como de la Misa de difuntos o de una intencionalidad sacra. En este sentido, Brahms se aleja de la tradición católica, y se sitúa en la órbita de las enseñanzas del luteranismo, al seleccionar textos bíblicos que eluden referencias a la vida eterna, al juicio final o a un Dios castigador.
Al estar en el mes en que recordamos a los fieles difuntos, los invito a escuchar esta obra maravillosa:
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