En el momento que que compone esta pieza, Bela vivía en condiciones difíciles en un pequeño pueblo al este de Budapest. Los Bartók no tenían electricidad, ni agua corriente, poco combustible y poca comida y, para agravar la situación, el compositor contrajo la Gripe Española en 1918. Hubo que traer ayuda médica desde Budapest; finalmente, la familia se rindió y se trasladó a la nueva capital húngara. Bartók cayó bajo sospecha por sus actividades etnomusicológicas, que lo habían llevado a Transilvania y Eslovaquia, ambos territorios anteriormente austrohúngaros que habían pasado a formar parte de dos naciones recién formadas, Rumania y Checoslovaquia. La prensa de derecha lo atacó por ser secretamente un nacionalista rumano y un traidor a Hungría. Bartók, sin perspectivas de conseguir una actuación para el mandarín en Budapest, dejó la obra de lado hasta que se organizó una primera actuación para Colonia. El compositor orquestó la pantomima en 1924, y se estrenó el 27 de noviembre de 1926. La obra no se interpretó en Budapest hasta después de la muerte de Bartók, en 1945.
La Suite aborda las preocupaciones sobre la «suciedad» de la trama deteniéndose en el punto donde el mandarín persigue a la chica, antes de los tres intentos de los vagabundos de matarlo y su unión sexual con la chica. La Suite comienza con la obertura de la pantomima, un sorprendente retrato del inquietante dinamismo y vigor del lado más sórdido del paisaje urbano moderno. Una lánguida melodía se despliega lenta y seductoramente en el clarinete mientras la chica aparece en la ventana para atraer a su primera víctima. Los glissandos que se elevan tartamudeando en los trombones caracterizan al viejo tropezón y desaliñado, la primera víctima de los vagabundos. La muchacha regresa a la ventana con una variación de la melodía del clarinete para atraer al joven, que está representado por el oboe. El desarrollo del tema del clarinete marca la tercera aparición de la chica en la ventana, ahora las cuerdas temblorosas, los glissandos en el arpa y piano, y las figuras sin aliento en los otros vientos aumentan la tensión. Los trombones, reforzados por platillos y bombo y apuntalados por un inquietante trémolo en toda la orquesta, anuncian la llegada del mandarín con una majestad aterradora. Bartók utiliza el motivo del mandarín como base de la danza de la doncella. La persecución provoca una música de energía rítmica sostenida sin igual en la producción de Bartók. ¡Escuchen!:
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