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sábado, 26 de octubre de 2013
Cápsula Bíblica 984
En torno a la Biblia, siempre ha habido grandes descubrimientos, como el de los rollos de Qumrán. Por los judíos Filón de Alejandría y Flavio Josefo y por el romano Plinio el Viejo, los cristianos sabíamos de la existencia de los llamados «esenios», derivado del arameo «hasayya», que significa «piadosos». Pero ha sido en este siglo XX cuando hemos llegado a tener un conocimiento más exacto de ellos. A finales de mayo de 1949, un beduino que andaba buscando una cabra extraviada por el wadi Qumrán (torrentera de Gumrán = deformación de Gomorra), a 20 km de Jerusalén, 13 de Jericó y 2 del Mar Muerto, se puso a tirar piedras a través de la grieta de una roca; de repente escuchó el crujido como de un cántaro que se quebraba. Volvió acompañado al día siguiente, y descubrió una cueva en la que estaban alineadas una serie de vasijas, unas rotas y otras vacías; abrieron una creyendo encontrar algún tesoro, pero sólo vieron tres rollos de cuero, rollos que vendieron a un zapatero de Belén. La noticia trasciendió y, percatados de la importancia del descubrimiento, se inició una serie de pesquisas a través de todas las cuevas de la región. Se descubrieron 11 cuevas y se consiguieron 600 manuscritos, aunque sólo 11 completos. Entre unos y otros está representada toda la Biblia hebrea, menos el libro de Ester.
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