Cuenta la historia de la música que en tiempos de Johann Sebastian Bach (1685 - 1750) vivió un famoso conde de nombre Hermann Carl von Keyserlingk que no podía dormir y se le ocurrió encargar a Bach componer alguna obra que, ejecutada por el clavicordista de su corte, Johann Gottlieb Goldberg (1727-1756), le permitiera conciliar el sueño. Entonces Bach decidió escribir para su mecenas un conjunto de variaciones para clavecín sobre un tema principal, alternando pasajes rápidos con otros más lentos, en general alegres y que exaltaran el espíritu de tal forma que llevaran al oyente a un estado de relajación que le ayudara a conciliar el sueño.
El resultado de tanto esfuerzo fue un conjunto de un aria (el tema principal), seguido de treinta variaciones sobre ella y terminadas con una repetición final del mismo aria inicial, cerrando así el círculo. Una variación sobre un cierto tema consiste en tomar dicho tema y alterar de forma consistente bien el tempo, la altura de las notas, su disposición u orden, añadirle contrapuntos, cánones, etc, de tal forma que, estando todas ellas basadas sin ambages en el tema original, son al oído del ignorante tan diferentes entre sí que parecen completamente distintas.
Una vez que las variaciones estuvieron en poder del conde Keyserlingk, se las encomendó a su clavecinista de cabecera para su ejecución. A partir de ese momento, en las noches de insomnio el conde pedía a Goldberg que le tocara alguna de las variaciones y el conde por fin pudo dormir. Tal fue su agradecimiento que entregó a Bach, en pago por sus queridas Variaciones, la escandalosa cifra de cien luises de oro contenidos en una copa también de oro, el equivalente de unos 500 táleros, es decir, casi la misma suma que representaba para Bach un salario anual como maestro cantor de la Thomaskirche, que ya era un salario más que generoso… Y las variaciones fueron desde entonces conocidas como Variaciones Goldberg, en recuerdo del esforzado clavecinista del conde. Escuchen esta belleza de música y si les sirve para conciliar el sueño... ¡qué bien!
Dedico esta entrada a mi padre, que ayer llegó a sus 85 años de vida y de quien aprendí, desde pequeño, el gusto por la buena música junto con mi madre.
Dedico esta entrada a mi padre, que ayer llegó a sus 85 años de vida y de quien aprendí, desde pequeño, el gusto por la buena música junto con mi madre.
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