Joaquín Gutiérrez Heras (1927-2012) fue un compositor mexicano, diríamos, de mesurada discreción, un hombre cuya música no ha trascendido como la de otros compositores pero que no deja de ser interesante y valiosa.
Músico que nunca buscó estrellatos ni dominios, (aún cuando ocupó ciertos cargos relevantes) Gutiérrez Heras permaneció voluntariamente en un área de cautos perfiles y alcances con una clara orientación conservadora, misma que ante todo insiste en reivindicar las virtudes de su artesanado: límpida redacción, terso sentido melódico (con gran decantamiento, en ocasiones) así como equilibrio manifiesto, nacido —se diría— de un pudor omnipresente en la tarea creativa de la composición musical.
Hoy hablo de una de sus obras más conocidas y últimamente interpretada par varias orquestas, Su «Postludio» que, obviamente, les invito a escuchar.
Esta obra se abre con una sección fundamentalmente estática basada en largas notas que el compositor iba guardando. Las metamorfosis que de modo deliberadamente gradual efectúa Gutiérrez Heras mutando, enriqueciendo una vez y otra dicho material básico, lo sitúan en sólidos terrenos de la concreción, hasta corporeizar esta pieza un acierto de amplio aliento y generoso ascetismo expansivo.
Por ello, ante tal suma de cualidades y destreza para elaborar la partitura, no resulta descabellado afirmar que —guardando distancias y proporciones— la obra se convirtió en un equivalente mexicano del (justamente celebérrimo) Adagio para Cuerdas (1938) de Samuel Barber (1910-1981)
Esta obra, escuchada con calma y atención, resulta deliciosa, en un clima de un sutil sonido introspectivo y sereno a la vez que deleita el alma.
Simplemente les invito abrir sus oídos y su corazón para escuchar:
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