La música de la segunda mitad del siglo XX está representada por músicos como György Sándor Ligeti, (1923–2006) originario de Transilvania, entonces Hungría y hoy Rumania. Sus hallazgos musicales y su capacidad de comunicación le sitúan en la historia de la música como una figura imprescindible de la música clásica contemporánea. Es, en toda la extensión de la palabra: «un clásico». En muchas ocasiones se le ha calificado como seductor, especialmente por el tratamiento de los timbres, de las texturas y de las masas sonoras. Con una historia de vida impactante, en la que los nazis le internaron en un campo de trabajo hasta el final de la guerra y su familia —de la que solamente sobrevivió su madre— estuvo deportada en Auschwitz, nos deja entre sus obras más famosas el «Requiem», obra perteneciente a su estilo «neopolifónico» que les invito a escuchar esta vez. Ligeti decía: «No tengo ninguna visión definitiva del futuro, ningún plan general, sino que avanzo de obra a obra palpando en distintas direcciones, como un ciego en un laberinto"». Ligeti no pertenece a ninguna escuela o tendencia estética. Se movió siempre con absoluta libertad entre las diferentes líneas dominantes hasta adquirir un estilo que está compuesto por muchos estilos. Su concepción musical se integró en esa línea húngara que tiene a Bartók como precedente y a Kurtag como consecuencia inevitable.
El cine facilitó el conocimiento de la obra de Ligeti. Especialmente el de Stanley Kubrick, que escogió fragmentos de sus obras para películas como «El resplandor», «Eyes wide shut» y, especialmente, «200 odisea del espacio», que representa para el compositor algo así como «Muerte en Venecia» para Mahler.
Su «Requiem» es una obra realmente subyugante. Escrita para soprano, mezzosoprano, dos coros mixtos y orquesta, es una de las obras más fascinantes de finales del siglo XX. De hecho se ha quedado como la partitura emblemática de Ligeti, con ese estatismo polifónico de los dos coros que parece que van avanzando, como los ejércitos de las películas de Kurosawa. La masa sonora se va transformando en los cuatro movimientos de este magnético oratorio. La seducción sonora tiene en el Réquiem un ejemplo testimonial. Es una obra que se mete por los sentidos con una fuerza irresistible.
Al escuchar el «Requiem» hay que subrayar la espectacularidad y eficacia del envolvente tratamiento tímbrico con la deslumbrante organización del sonido en texturas, y la capacidad de seducción dramática desde el despojamiento con una escalofriante intensidad expresiva en el desarrollo de la obra.
¡Escuchen y disfruten!:
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