Estrenada en Moscú el 8 de enero de 1972 por la Orquesta Sinfónica de la Televisión y Radio Estatal de la URSS dirigida por su hijo Maxim Shostakovich, es la última de las sinfonías que compuso Dmitri Shostakovich. Es su Op.141 y fue compuesta durante los meses de julio y agosto de 1971, en la casa de descanso para compositores de Repino en Carelia.
Durante un tiempo Shostakovich había manifestado el afán que sentía por escribir una «sinfonía pura», sin texto y sin programa temático alguno. Así, empleó en la elaboración de esta obra poco más de un mes, porque decía que era una de las pocas obras que tenía clara desde el principio, desde la primera nota hasta la última y que sólo le faltaba escribirla.
Esta sinfonía está llena de citas, más o menos explícitas, tanto a obras de otros autores como propias. En el desarrollo central del movimiento, allegretto cuya duración total es de alrededor de 8 minutos, hay difuminadas citas de sus anteriores composiciones como segundo plano ante la rotunda claridad con que incrusta, hasta cinco veces, la Marcha de los soldados suizos, que es el finale de la obertura de la ópera Guillermo Tell de Gioachino Rossini.
El segundo movimiento, un adagio, recurre a solemnes acordes del metal, para luego mantener una atmósfera de melancolía contemplativa, que empieza mediante una marcha fúnebre, con el trombón representando el juicio final contrastando con el solo de violín de carácter elegíaco. El trombón interpreta de nueva cuenta la trágica marcha. Un nuevo solo del tema elegíaco del violín nos conduce a una gran explosión orquestal que lleva hasta su clímax los motivos anteriores. La celesta y el vibráfono añaden unas notas como una interrogación. El metal repite los acordes del coral inicial, terminando con una coda en forma de la trágica marcha fúnebre, marcada por los apagados golpes de los timbales, que nos conducen sin interrupción al siguiente movimiento.
El tercer movimiento, otro allegretto, corresponde al scherzo de la obra. El clarinete introduce su satírico tema para pasar a la cuerda. En la sección que correspondería al clásico trío, la trompeta intenta por dos veces introducir un nuevo tema, pero la orquesta se lo impide. Una breve recapitulación variada nos traslada a una coda, donde aparecen los clásicos ruidos de la percusión que desarrollará en su movimiento final.
El último movimiento, adagio, empieza con el tema del destino, como aparece en El Anillo de Wagner. Es seguido por el ritmo de la marcha fúnebre de Sigfrid. Luego aparece una graciosa melodía interpretada por el violín, tomada de la canción de Glinka «No me tientes en vano». En la parte central una passacaglia distorsionada, está relacionada con el motivo del heroísmo del primer movimiento de su séptima sinfonía y vuelve la cita de la marcha fúnebre. Esa passacaglia nos conduce hasta un dramático climax, que termina en forma de fúnebre marcha. La última sección consiste en una recapitulación variada, recogiendo una serie de motivos. La marcha fúnebre wagneriana se escucha nuevamente, antes del retorno de la dulce melodía de Glinka. La coda está protagonizada por la percusión, que nos ofrece uno de los grandes momentos de Shostakovich, con su llamada música de las esferas. Sobre una nota sostenida por la cuerda, un acorde en la mayor como nos indica su tonalidad, los sonidos de la percusión, compuesta por castañuelas, caja, bloques de madera y triángulo, cierran la obra sinfónica de Shostakovich, de un modo más de interrogativa desesperación que de triunfo.
Esta última sinfonía de Shostakovich es considerada como una de sus obras más enigmáticas. Su final nos indica que se trata de una obra interrogativa y misteriosa. Se aparta de las obras escritas para el gran público, recobrando la interioridad de sus cuartetos de cuerda. En el último movimiento podemos intuir como el amor triunfa sobre la muerte. Se puede especular mucho sobre el significado de la obra, pero nunca llegaremos a saberlo con certeza. Lo que es evidente es que se trata de una obra muy personal, herencia de Shostakovich. ¡Escuchen y disfruten!
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