domingo, 13 de enero de 2019

«Réquiem en re menor, Op. 48»... de Gabriel Fauré

El «Réquiem en re menor, Op. 48» de Gabriel Fauré, es una de las más populares misas de réquiem que se siguen interpretando en la actualidad. Fue escrita entre 1886 y 1888, e interpretada por primera vez en la Iglesia de la Madeleine a comienzos del año 1888 en unos servicios fúnebres, y, en mayo de ese año, ya como concierto. 

Considerada como una de las más hermosas misas de réquiem, es interpretada habitualmente por coro y orquesta. Consta de siete partes, su duración sobrepasa la media hora y el texto es en latín: I. Introit et Kyrie, II. Offertoire, III. Sanctus, IV. Pie Jesu, V. Agnus Dei et Lux Aeterna, VI. Libera Me y VII. In Paradisum.

La partitura es la más célebre de su autor y una de las más bellas de toda la Historia de la Música. Notablemente innovadora, al escribirla, Fauré ajustó el tradicional orden litúrgico omitiendo la Sequence (que representa a «Dies irae» y a «Rex tremendae») y añadiendo «In Paradisum», que deriva del Order of Burial, antes de la Misa de Difuntos; desaparece, pues, en esta obra, el apocalíptico horror de la ira de Dios, y hay por el contrario una serena y definitiva visión confortable del cielo.

Aunque más agnóstico que devoto, Fauré consumió gran parte de su existencia viajando de iglesia en iglesia y, a su muerte, ya habían desfilado entre sus dedos las teclas de los órganos más importantes de la cristiandad francesa. Tanto es así que el propio compositor dejaría por escrito: “después de tantos años acompañando al órgano servicios fúnebres me lo sé todo de memoria. Yo quise escribir algo diferente”. Así pues la diferenciación fue una premisa fundamental cuando en 1886, tal vez motivado por el fallecimiento de su padre, se propone iniciar la composición de una misa de Réquiem. Lo verdaderamente particular de esta misa es que, por primera vez en el género, la música es capaz de mirar fijamente a la muerte sin intimidarse, encontrando en ella una experiencia liberadora y reconfortante. No parecen existir pues para el autor responsabilidades más allá del mundo terrenal, ni nadie que pueda exigirlas. Sólo un plácido y etéreo paraíso que Fauré nos describe musicalmente al final de la partitura.

Escuchen esta obra y estoy seguro que deleitará sus oídos y su corazón:



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