Hoy les invito a escuchar ópera. Se trata de «El rey de Ys» (título original en francés, Le roi d'Ys) es una ópera en tres actos y cinco escenas con música de Édouard Lalo (Lille, 27 de enero de 1823-París, 22 de abril de 1892) y libreto de Édouard Blau, basada en la vieja leyenda bretona de la ciudad hundida de Ys, que fue, según la leyenda, la capital del reino de Cornouaille. Se estrenó en la Opéra Comique en París el 7 de mayo de 1888. Aparte de la obertura, la pieza más famosa de la ópera es la alborada del tenor en el Acto III "Vainement, ma bien-aimée" («En vano, amada mía»).
Fuera de territorio francés no suscita el interés que, sin la menor duda, merece. Es una ópera muy poco representada; en las estadísticas de Operabase aparece con sólo 5 representaciones en el período 2005-2010, siendo la primera de Lalo.
Gracias al aria de tenor, una bellísima aubade sita en el acto III, previa a la hecatombe, la ópera mantiene su nombre presente en la memoria musical, con versiones tan celebradas como las de Georges Thill o Beniamino Gigli en el pasado, o más cercanas en el tiempo las de Alfredo Kraus o Marcelo Álvarez. Lalo pone notas a una leyenda bretona, con San Corentin por medio como una especie de Deus ex machina cristiano solucionando los problemas de costumbre, los que pasan por los consabidos desencuentros amorosos que tanto dan de sí en la vida, claro está, y sobre todo en el arte.
Se estrenó en mayo de 1888, un momento en que en Italia Verdi seguía hablando con su voz propia mientras se iba gestando el Verismo y Francia conocía los primeros éxitos de Massenet. Lalo se muestra fervoroso admirador de Wagner y no sólo lo cita reverente en la magnífica obertura de la obra, recordando nada menos que el coro de peregrinos de Tannhäuser, sino que luego, con la pareja de malvados (Margared, Karnac), realiza una especie de clonación respectiva de la Ortrud y el Telramund lohengrinianos, que como se sabe son a su vez bien deudores de los weberianos Eglantine y Lysiart. Pero el compositor francés tamiza estas influencias teutonas, primero con la sobriedad de su discurso y después añadiendo características innatas, el elegante lirismo, el dramatismo controlado, esas que impregnan las partituras propias de su país y que les dan tanta personalidad y distinción.
En la sucinta partitura, que no llega a las dos horas de duración, se suceden sin descanso y sin que decaiga la emoción, el interés o el valor expositivos, arias, dúos, conjuntos, excelentes momentos corales, hasta alcanzar el esperanzado remate, cuando todo vuelve a su sitio con la muerte del malvado y el suicidio purificador de Margared.
¡Qué disfruten!:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario