La «Missa San Ignacio» representan lo más exquisito del más insigne de los compositores jesuitas que trabajaron en el Mundo Nuevo: Domenico Zipoli (Prato, Gran Ducado de Toscana, 17 de octubre de 1688 – Córdoba, Virreinato del Perú, 1 2 de enero de 1726).
Domenico Zipoli ingresó con los jesuitas y se ordenó sacerdote. Fue enviado al territorio que hoy es Córdoba, en Argentina, para iniciar un trabajo con los indígenas guaraníes que incluía la conversión a la fe cristiana, pero también la educación musical.
Zipoli compuso esta Missa estando ya en América y es muy interesante ver cómo este músico sensacional adapta la esencia de su música al espacio en el que vive, acomodando incluso las voces para adaptarlas a los nativos del lugar. Es también de estimar cómo va utilizando las bases del cajto gregoriano intercambiando el uso del órgano con las voces. Sin duda, Zipoli trabajó en esas condiciones muchas de sus partituras y es probable que a algunas se las haya tragado la selva pero se conservan algunas como ésta.
El objetivo principal de esta composición, según se sabe, fue trasladar a su público, gracias a la música, al viejo continente donde el fundador de los jesuitas anduvo primero luchando y luego predicando. El historiador P. Lozano, quien alcanzó a oír las composiciones sudamericanas de Zipoli, escribió: «Dio gran solemnidad a las fiestas religiosas mediante la música, con no pequeño placer así de los españoles como de los neófitos... Enorme era la multitud de gentes que iba a nuestra iglesia, con el deseo de oírle tocar hermosamente».
La mayoría de las piezas sacras de Zipoli —incluida esta «Missa San Ignacio» están escritas a tres voces (soprano, contralto y tenor, este último en unísono con la parte del bajo continuo), Dos violines, órgano con el continuo, a veces elaborado.
Les dejo una versión en donde hay una introducción en inglés sobre algunos aspectos de esta maravillosa composición:
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