Celebrando hoy el XXIV aniversario de mi ordenación sacerdotal, decidí que, como regalo, la música de esta semana fura una obra compuesta por Aaron Copland y entonces comparto con mis 6 seguidores una de las más bellas páginas de la música del siglo XX. Se trata de la suite «Applachian Spring» (Primavera apalache), compuesta entre 1943 y 1944 y concebida inicialmente como un ballet, que luego, con una adaptación para orquesta que hiciera al año siguiente de su composición, lo llevaría a ganar el prestigioso premio Pulitzer alcanzando la fama internacional. Esta pieza constituye la obra más popular de Copland, junto a Fanfare for the Common man (Fanfarria para el hombre corriente) y el ballet Rodeo.
La concepción de la obra como ballet, hace que tenga, desde el principio, un carácter descriptivo. Intenta describir la vida de los primeros colonos y lo que allí encontraron: el espectáculo de los Apalaches en primavera junto a la fascinación ante el espectáculo de la naturaleza en plena ebullición en un lugar privilegiado como es la Cordillera de los Apalaches, acá en los Estados Unidos.
Por supuesto que esta admiración de Copland frente a la naturaleza no es única en la historia de la música. No faltan ejemplos de esta subyugación ante el espectáculo que ofrece la naturaleza en obras de Beethoven, Vivaldi, Haydn, Strauss, Berlioz… y muchos más, pero, ésta,es especial, porque no es una admiración exclusivamente artística. ¿Quién, frente a un espectáculo natural, montaña, bosque, mar, cielo estrellado… no ha sentido la admiración que Copland expresa en su música? Me atrevería a decir que todo el mundo ha sentido de una manera u otra esta fascinación que lleva de forma inevitable a una pregunta: ¿De dónde nace esta belleza? ¿De dónde nace este orden de la naturaleza? Y entonces, la escucha de la música nos eleva a Dios muy al estilo en que solía meditar la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, entre otros.
Por supuesto que esta admiración de Copland frente a la naturaleza no es única en la historia de la música. No faltan ejemplos de esta subyugación ante el espectáculo que ofrece la naturaleza en obras de Beethoven, Vivaldi, Haydn, Strauss, Berlioz… y muchos más, pero, ésta,es especial, porque no es una admiración exclusivamente artística. ¿Quién, frente a un espectáculo natural, montaña, bosque, mar, cielo estrellado… no ha sentido la admiración que Copland expresa en su música? Me atrevería a decir que todo el mundo ha sentido de una manera u otra esta fascinación que lleva de forma inevitable a una pregunta: ¿De dónde nace esta belleza? ¿De dónde nace este orden de la naturaleza? Y entonces, la escucha de la música nos eleva a Dios muy al estilo en que solía meditar la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, entre otros.
Gracias a la Familia Misionera fundada por esta beata mexicana soy sacerdote misionero de Cristo y estoy gozoso por estos 24 años de vida sacerdotal que abren un año de júbilo en mi corazón. Con ella y Aaron Copland quiero festejarlo ante el espectáculo que evoca esta música, y frente a todo lo que existe, meditando algo que escribió la beata María Inés: “Cantaré Señor, tus misericordias. Las cantaré también en la deliciosa frescura de las brisas perfumadas, en la dulce nostalgia de una noche estrellada, en la majestad de los bosques, en la paz y silencio de los campos, en la hermosura de los sembradíos, en la inmensidad de las montañas, en la profundidad de los precipicios, en todo aquello en donde se ha detenido la mano de Dios, dejándonos su vestigio, su huella luminosa”.
Estoy de fiesta, y los invito a estarlo también, asombrándonos de la belleza de todo lo que existe y que nos deja ver lo que late detrás de eso, de esa apariencia, de esa grandeza: la Belleza que sostiene la vida, la Belleza que es Dios.
Disfruten de estas tres interpretaciones:
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