El año pasado, durante los días de la Semana Santa, me encontraba en un ejido de Sonora llamado "Álvaro Obregón" y al ver que los hombres mayores no se acercaban al templo, salí a su encuentro para invitarles a venir.
Me saludaron con aprecio y me invitaron a sentarme un rato a jugar con ellos un partido de dominó. Tenían una forma peculiar de jugar, haciendo puntos de múltiplos de cinco con las fichas en manos de 4 jugadores mientras los espectadores gozaban con ellos. Aprendí un poco y varios días jugué con estos buenos hombres, que, vale la pena decirlo, fueron luego apóstoles el Jueves Santo para la ceremonia del "Lavatorio de los pies" y me despidieron tomándose fotografías conmigo después de la Vigilia Pascual e invitándome a volver para una partida de dominó.
Un año después, cuando había pasado la Semana Santa, cayó en mis manos este libro maravilloso de mi amigo jesuita, el padre Carlos G. Vallés, un escritor que es al mismo tiempo un sacerdote, un religioso y un misionero de esos de excepción. Carlos es autor de muchísimos libros que he leído, como: "Viviendo juntos", "Caleidoscopio", "Dejar a Dios ser Dios", "Por la fe a la justicia", "Saber escoger", "Busco tu rostro", "Ligero de equipaje", "Gustad y ved", "Al andar se hace camino", "Salió el sembrador...", "Vida en abundancia" y muchos, muchos más.
El primer capítulo del libro se titula precisamente "El dominó egipcio" y es exactamente el estilo de dominó que aprendí en aquel ejido. ¡Qué alegría! y ¡qué recuerdos! Una partida de dominó egipcio del padre Carlos con un os jóvenes desconocidos en un aeropuerto lejano, me hizo prácticamente devorar el libro en menos de tres horas, mientras hacía un viaje de Monterrey a la Ciudad de México y recordar tantas cosas de la vida sencilla de cada día que hacen presente el amor de Dios.
La lectura amena del libro, unida a la sencillez del escritos, que hace sentir que uno se encuentra en el lugar y la situación que describe en cada uno de los relatos, nos deja ese dulce sabor de que la vida se compone de
sucesos consecutivos, intrascendentes en su mayoría, -cosas pequeñas, diría Madre Inés-, que en su conjunto sucesivo nos van dando, paso a paso, la respuesta práctica ala pregunta de nuestra existencia.
Somos lo que vivimos a cada momento, y cuanto más lo hagamos con conciencia actual, con entrega sencilla, con contacto real con lo que hacemos en cada momento, con tanta más intensidad, plenitud y alegría viviremos. ¡Gracias Carlos por este regalo de invitar al gozo de vivir el aquí y ahora mientras llega el momento de volar al cielo!
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