domingo, 14 de octubre de 2012

«PRAGA»... La sinfonía 38 de Mozart

He vuelto a escuchar en estos días la La Sinfonía n.º 38 en re mayor K. 504 de Wolfgang Amadeus Mozart, titulada «Praga», que es una sinfonía grandiosa, de ritmo persistente y repleta de sorprendentes modulaciones. Una sinfonía que vale la pena escuchar y que por eso es mi recomendación para escuchar con calma esta semana.

Es muy importante escuchar detenidamente esta sinfonía, porque en ella Mozart pone fin a la época de grandes trabajos de inspiración haydniana, y sienta las bases de sus últimas composiciones, determinando el modelo al que se referiría más tarde Beethoven, al comienzo de su desarrollo sinfónico.

La obra es conocida como «Praga» porque durante mucho tiempo se creyó que Mozart la había compuesto para su primera estancia en Praga, en enero de 1787 pero luego se supo que ese no fue el motivo, pero, de cualquier manera, la primera ejecución pública de ela Sinfonía No. 38 tuvo lugar en Praga el 19 de enero de 1787 en el Teatro de la Ópera, en una sala abarrotada y con la calurosa acogida que Mozart esperaba de los asistentes.

Una característica muy propia de esta sinfonía es la ausencia de un minueto, cosa que muchos atribuyeron al hecho de que en Praga, al contrario que en Viena, todavía se prefería la antigua forma en tres movimientos y, por lo tanto, el hecho no puede interpretarse como elección estética ni como un retorno a viejos modelos. En esta sinfonía no encontramos nada deslumbrante o novedoso de por sí, sin o que esta ausencia del minueto, la densidad expresiva y la complejidad formal son las marcas de una obra en la que prevalece el aspecto íntimo y reflexivo que puede acompañar un momento de calma, de serenidad o de reflexión.

Indudablemente la obra es una de las cimas del autor, a pesar de que sólo integra tres movimientos en lugar de los cuatro tradicionales. La ausencia del clásico minueto se compensa por la introducción lenta que abre la composición, influencia de los progresos sinfónicos de su querido Haydn (y que tanto peso habría de tener en Beethoven).

En el primer movimiento —que es lento, cosa poco frecuente en las sinfonías del austriaco—, «adagio», Mozart nos transporta repentinamente a los vértices de su propio estilo: el concepto expresado en la época por Niemetschek y en 1989 por H. C. Robbins Landon nos conduce al final sublime. El primero usado en sentido estético, mientras que el segundo pretende caracterizar las fuerzas del movimiento sinfónico que se liberan en su totalidad.

El segundo movimiento, «andante», tiene un carácter más cantable, aunque también fue compuesto a base de pocas células básicas, en cierta medida afines a las ya utilizadas en el allegro que cerraba el primer movimiento. La tensión se mantiene alta alternando elementos serenos y oscuros.

En el final, «finale», Mozart retoma de forma melódica el elemento sincopado presente en el allegro inicial; no obstante, no se crean contrastes insuperables y el movimiento termina con toda la orquesta exultante.

Esta sinfonía marcará el inicio de un estilo de sinfonismo mozartiano muy marcado de gran expresividad y que eleva la sinfonía a una forma mayor, después de otras sinfonías de transición como la Linz y la Haffner y que desembocará en la 41 "Júpiter". Hasta hoy esta sinfonía permanece como favorita en Praga, y sin duda ha sido interpretada cientos de veces.

Tres versiones diferentes de esta bellísima sinfonía:



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