Conforman este concierto tres movimientos: Allegro - Adagio un poco mosso - Rondo, allegro ma non tropo y está orquestado para piano, 2 flautas, 2 oboes, 2 clarinetes en si bemol, 2 fagotes, 2 trompas, 2 trompetas, timbales en mi bemol y si bemol, y cuerdas. Como acostumbraba hacer Beethoven, el primer movimiento es el más largo. El segundo, intensamente lírico, representa una de las páginas más bellas escritas para piano y orquesta y enlaza con el tercero sin solución de continuidad. La cadenza del último movimiento, antes del tutti final, termina con un ritardando inédito, en que piano y timbales tocan hermanados. Sigue al silencio, una furiosa escala a cargo del piano que conducirá a un magno y rotundo final orquestal. Tiene una duración aproximada de cuarenta minutos.
En este concierto el piano prácticamente no para. Es casi una sonata para piano acompañada de la orquesta, que tiene un papel menos preponderante aquí que en el resto de sus conciertos (o al menos así parece a mi oído). Este es seguramente el concierto para piano más conocido del repertorio musical, quizá compartiendo ese lugar de excepción con el no menos famoso número 1 de Tchaikowsky.
Un detalle especial que hay que mencionar es que Beethoven no daba espacio a las cadenzas improvisadas que en aquel entonces los compositores dejaban a la libre interpretación de los ejecutantes. A Beethoven nunca le gustó eso. Él escribió la partitura completa de las cadenzas de sus conciertos, de todos ellos, y además exigió a sus intérpretes que se ciñeran estrictamente a ellas. En este concierto, «Emperador», hay quince o veinte fulgurantes intervenciones solistas del piano repartidas a lo largo de todo el concierto, como las tres del principio, y a cuál más exigente y difícil… pero no hay una cadenza al estilo clásico, de ésas de tres o cuatro minutos que se hacían en la época. ¡Beethoven fue siempre un innovador!
Los invito a escucharlo en dos estupendas interpretaciones:
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