Después de la imponente y monumental Sinfonía N° 2 de la que ya he hablado e incluso he dejado una versión dirigida por Bernstein, Mahler se dió a la tarea de componer una nueva sinfonía no menos grandiosa que esa y escrita para una gran orquesta sinfónica, de dimensiones similares a la necesaria para interpretar la anterior.
Esta tercera sinfonía que aquí abordo, constituye junto a su predecesora —a juicio de muchos conocedores— una de las creaciones sinfónicas menos abstractas de este célebre compositor que pareciera, a primera instancia, carecer de identidad. Los austriacos lo consideraban bohemio —a pesar de haber nacido en la Moravia austríaca— y los bohemios, austriaco. Los alemanes se referían a él como "el austriaco" o "el judío"; los judíos lo veían como "el cristiano", pues se convirtió a la fe católica. Sin embargo, la obra de Mahler no podría tener mayor identidad, no podría ser más original, no podría estar más definida. En fin, hablar de él es hablar de un genio absoluto y verdadero, como pocos han existido en la humanidad, y que, entre otras cosas, tuvo la virtud de exponer, como nadie, los secretos más íntimos del ser; y no sólo del ser humano, sino del ser universal y del creador mismo. Gustav Mahler, un verdadero profeta del espíritu humano y del «anima mundi» nos deja en su tercera sinfonía, una obra genial que se abre con una fanfarria inicial sobria, que da paso —tras una sintética transición— a un despertar de las fuerzas de la naturaleza.
La obra se interpreta muy ocasionalmente, debido a que es una obra de grandes proporciones, y que requiere un amplio contingente de intérpretes, pero es una de las favoritas del público, y disfruta de una amplísima discografía que supera las 120 grabaciones completas. Está escrita para voz de contralto, coro femenino, coro de niños y una orquesta de cuatro flautas, cuatro oboes, cinco clarinetes, cuatro fagotes, ocho trompas, cuatro trompetas, cuatro trombones, una tuba, timbales, percusión, campanas, ‘glockenspiel’, arpas y la habitual familia de la cuerda. Al completar Mahler la partitura, advirtiendo la formidable duración del primer movimiento, por encima de la media hora, acordó dividir la obra en dos partes; la primera ocupada enteramente por el enorme primer movimiento y la segunda agrupando los cinco tiempos restantes.
Los seis movimientos son:
1. El despertar de Pan. El verano hace su entrada.
2. Lo que me cuentan las flores del campo.
3. Lo que me cuentan los animales del bosque.
4. Lo que me cuenta el hombre (la noche).
5. Lo que me cuentan las campanas de la mañana (los ángeles).
6. Lo que me cuenta el amor.
Toda la obra gira alrededor de la tierra y la naturaleza, con textos de Nietzche y del propio Mahler. A través del diario de Natalie Bauer-Lechner se sabe que la tercera sinfonía nace de un proyecto musical donde se intentaría narrar la épica de la naturaleza, describiendo la vida inerte hasta llegar a la creación de plantas, hombres y animales, todo ello animado por la fuerza de la vida. Mahler, en una carta a una de sus amigas escribió: “Mi sinfonía será algo que el mundo jamás ha escuchado. En ella, la Naturaleza misma toma voz y dice secretos tan profundos que quizá se han escuchado únicamente entre sueños”. Y añadía: “Un día, el mundo se dará cuenta”.
De su conmovedor movimiento final, Lo que me cuenta el amor, dijo una vez Leonard Bernstein que era la música más dolorosamente hermosa escrita por Mahler.
Disfruten la 3° Sinfonía de Mahler dirigida por Claudio Abbado — el director de orquesta italiano considerado uno de los grandes del podio orquestal y por Leonard Bernstein:
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