lunes, 4 de noviembre de 2013

Cápsula Bíblica 993

En la Biblia encontramos una palabra que seguimos utilizando con regularidad en nuestros días en la Iglesia, me refiero a la palabra «ministerio», que  designa ante todo un cargo religioso al servicio de las cosas santas. En el Antiguo Testamento la Biblia nos presenta tres categorías de hombres encargados de un ministerio y que se pueden llamar personas sagradas: los sacerdotes, los profetas y el rey. El Nuevo Testamento habla de servicios y ministerios. Todos los fieles en la Iglesia son servidores, pero no todos son ministros. El ministerio viene entregado a determinadas personas que cumplirán esa tarea en nombre de la Iglesia. Al final de la época apostólica encontramos tres ministerios bien claros: los diáconos (1 Tm 3, 8-13), los presbíteros o ancianos (1 Tm 5, 17-22; Tit 1, 5-6) y los obispos (1 Tm 3, 1-7; Tit 1, 7-9). Hay que agregar el ministerio especial de algunos delegados que trascienden las iglesias locales (2 Tm 2, 2). Hoy es habitual utilizar esta palabra para designar servicios o tareas que miembros del clero y laicos —consagrados y no— realizan en la Iglesia.

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