Los cuentos clásicos se han ido leyendo y pasando de generación a generación y suelen perdurar por estar cargados de valores que dejan huella en la formación del ser humano.
Hoy no hablo de un libro de muchas páginas o de una novela en tomos. Hablo de un pequeñísimo librito que a lo mucho llegará a las doce páginas: La Cenicienta
Unas pocas líneas llegan a nuestro interior cargadas de valores que por mucho tiempo que pase y la sociedad evolucione, siempre serán los mismos: la diversidad de clases, la humildad, la bondad, la astucia, la paciencia o el perdón. Este cuento, obviamente, también nos muestra la otra cara de la moneda con aspectos negativos como el rencor, la envidia, el egoísmo, el egocentrismo y el abandono familiar.
La trama la conocemos todos, y seguramente más por las películas que por la lectura de la versión del cuento de Charles Perrault o de los Hermanos Grim. El padre de Cenicienta, un hombre viudo, se casó con una mujer que tenía dos hijas. Al morir éste, llenas de envidia por la dulzura y belleza de Cenicienta, la tratan con gran desprecio y le obligan a hacer las tareas más sucias, —y de hecho es lamada «Cenicienta» porque siempre traía su vestido lleno de ceniza por el fogón de la casa—, pero ella sigue manteniéndose dulce y serena. El príncipe organiza un baile para buscar esposa pero a pesar de ser su mayor ilusión, la madrastra impide asistir a Cenicienta. Mientras ella llora, aparece su hada madrina, que la transforma en una princesa para ir al baile, advirtiendo que el hechizo se deshará a medianoche. Cenicienta y el príncipe se enamoran y bailan sin parar, pero al dar la medianoche Cenicienta sale corriendo, perdiendo uno de sus zapatos. El príncipe decide probárselo a todas las jóvenes y casarse con aquella a quien le quede perfecto. Y a pesar de los malvados intentos de la madrastra y sus hijas, finalmente el zapato le queda a Cenicienta, que se casa con el príncipe.
Hay numerosas versiones de ‘La Cenicienta’, orales y escritas, aunque probablemente la más popular en occidente es la que escribió el francés Charles Perrault en 1697, titulada ‘Cendrillon ou La petite pantoufle de verre’ (Cenicienta o El zapatito de cristal). Anterior a ésta es la obra ‘La Gata Cenicienta’, del italiano Giambattista Basile (1575-1632), y muy conocida también es la adaptación del escrito que hicieron en Alemania los Hermanos Grimm, en el año 1812.
Aunque el cuento bebe de la tradición oral y probablemente remonte su existencia en el tiempo mucho antes de su primera publicación, parece ser que la primera versión escrita de ‘La Cenicienta’ fue redactada en China entre los años 800 y 850 d.C. En este caso la protagonista se llamaba Yeh Shen (pies de loto) y el hada madrina era un pez mágico.
Disney realizó en 1950 una versión de la Cenicienta que se asemeja más a la de Perrault que a la de los Hermanos Grimm, razón por la que en América es la de Perrault la más conocida. Hace unos meses, el director Kenneth Branagh, estrenó la versión con personajes de carne y hueso en una obra que según dicen, quienes ya la han visto, está mucho muy bien lograda. ¿Por qué no pensar en los niños y volver a ser como ellos?
Charles Perrault,
"La Cenicienta",
12 páginas.
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