Debemos «MEDITAR» siempre la Palabra de Dios contenida en las Sagradas Escrituras. En el Evangelio es Cristo mismo quien nos habla al corazón. La Biblia dice que «María custodiaba estas cosas rumiándolas en su corazón» (Lc 2,19). Repitiendo el texto, «rumiándolo», masticándolo y transformando nuestra persona, es el Espíritu, presente en la Palabra, el que obra esa transformación. Si en un momento dado no se logra esclarecer el significado de algo de lo leído, hay que seguir adelante libremente y no estancarse. Conviene en determinados casos cuando habla el Señor, reemplazar los nombres propios de la Biblia (Israel, Jacob, Tomás...) con el nombre propio del lector. De este modo, se percibe el amor de Dios cuando les habló.
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viernes, 14 de octubre de 2016
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