lunes, 15 de junio de 2015

Cápsula Bíblica 1578

Hay que leer la Biblia completa. Si alguien leyera sólo las páginas arrancadas del final de una novela —por poner un ejemplo— conocería el desenlace de la trama, pero difícilmente podría encontrar el sentido de las cosas que se dicen, porque, aunque la novela esté dividida en capítulos, cada uno de ellos sólo puede entenderse correctamente en el lugar donde fue colocado dentro del conjunto. Algo así sucede con la Sagrada Escritura, tal y como la Iglesia la ha recibido. No se trata de una simple yuxtaposición de textos, sino de una colección debidamente estructurada, en la que cada uno sólo se entiende a fondo atendiendo al conjunto y al lugar que ocupa en él. Si el lector del Antiguo Testamento prescinde del Nuevo, se abren para él tantas posibilidades de sentido que no le es posible dilucidar entre lo que son meros significados ocasionales del texto y lo que Dios quiere revelar en él. Tampoco acabaría de entender del todo afirmaciones esenciales del Nuevo Testamento, como por ejemplo "Jesucristo es Señor" (Fil. 2, 11), si no sabe lo que significan los términos "Cristo" (Mesías, Ungido) y "Señor". Y para esto es imprescindible el recurso al Antiguo Testamento.

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