Ya había invitado a escuchar una vez a esta extraordinaria pianista. Ahora vuelvo mis oídos nuevamente hacia Mitsuko Uchida para escuchar el «Concierto para piano y Orquesta en Re menor de Mozart, K.466 en una dirección e interpretación más que maravillosa. Por encima incluso de sus sinfonías, los conciertos para piano de Mozart significan el más perfecto logro de la expresión sinfónica dieciochesca. En lo que respecta a la propia producción de Mozart, a excepción de sus óperas, es en dichos conciertos para piano donde queda más cabalmente plasmado lo mejor de su expresión y su aportación más firme a la historia de la música.
Entre 1784 y 1786 Mozart compuso, aparte de otras obras considerables, la asombrosa cantidad de doce conciertos para piano. El inmortal genio de Salzburgo se sirvió de ellos y de su interpretación pública para asegurar su supervivencia. Dichos conciertos, que suponen lo más granado y maduro del género, presentan como rasgo común una curiosa dualidad: Por un lado fueron las obras más personales creadas por Mozart debido a que él mismo debía ser el intérprete solista en las ejecuciones. Por otro lado, Mozart no cayó en el virtuosismo fácil solista, sino que quiso conservar el encanto que él mismo encontraba en los conciertos para solista y orquesta. Como el mismo Mozart declaró, “estos conciertos son un justo medio entre lo fácil y lo difícil, brillantes, agradables al oído pero sin llegar a ser triviales”. El pianoforte de la infancia de Mozart, de sonido tenue y ligero, se convirtió a lo largo de sus obras de madurez en el poderoso piano que llegaría a ser vehículo indispensable para la posterior expresividad romántica.
Esta composición está fechada en Viena el 10 de febrero de 1785 y fue estrenada en esa misma ciudad al día siguiente. La instrumentación incluye los efectivos habituales de la época destacando la utilización de timbales (afinados en tónica-dominante) que unido a la tonalidad menor de la obra le confieren un marcado dramatismo. El violonchelo y el contrabajo comparten el mismo pentagrama, sonando este último una octava inferior. Se puede considerar que este concierto es el más dramático de la producción mozartiana. Precede y desarrolla aspectos musicales y estéticos que posteriormente estarán presentes en la ópera Don Giovanni, del mismo compositor. Está escrito en la misma tonalidad que otras piezas sobresalientes de la obra mozartiana, como el Réquiem o la ópera Don Giovanni, en re menor.
Pocos días después de su estreno, Leopold Mozart, su padre, visitó Viena y le escribió a Nannerl sobre el reciente éxito de su hermano: "He escuchado un nuevo concierto para piano, excelente, de Wolfgang. El copista todavía trabajaba en él cuando llegamos, y tu hermano no tuvo tiempo para ensayar el rondo porque tenía que supervisar el copiado".
Ludwig van Beethoven admiraba este concierto y lo mantenía en su repertorio cuando joven. Escribió varias cadenzas, algo que también haría Johannes Brahms. Actualmente se suelen utilizar con frecuencia las cadenzas de Beethoven, mientras que otros intérpretes prefieren hacer improvisaciones
Los tres movimientos del concierto son: Allegro (rápido), Romanza (lento) y Rondó: Allegro assai (muy rápido). Es interesante señalar que el tercer y último movimiento recibe el nombre de Rondó por cuanto esa es su forma musical, por su parte, el Allegro assai se infiere del contexto. Ninguna de estas dos indicaciones aparece en el autógrafo de Mozart. Por el contrario, el Allegro y la Romanza del primer y segundo movimiento respectivamente, sí están indicados por el propio Mozart.
Por supuesto hay muchas otras interpretaciones pero a mí ésta... ¡sencillamente me encantó!
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