San Juan Pablo II dijo en una ocasión que para todos aquellos que habían vivido las duras experiencias de la II Guerra Mundial, las palabras que quedaron escritas en el Diario de santa Faustina, aparecían como un Evangelio extraordinario de la Divina Misericordia, escrito desde la perspectiva del siglo XX.
Esta semana este es el libro que quiero recomendar, un libro que para algunos puede dejar —si se lee sin profundizar— la impresión de que esta llevaba una vida fácil, porque se encontró con Jesús, la Virgen María y los ángeles místicamente. Sin embargo, Santa Faustina dijo que tal convicción era engañosa, porque siempre se dio cuenta de su miseria humana. La Santa luchó con sus debilidades cada día; apenas triunfaba sobre un defecto de carácter, cuando resultaba que era sustituido por diez fallas más. Santa Faustina no se desanimó ya que sabía que su vida no era un tiempo de paz, sino de guerra, de guerra contra el pecado, contra la mediocridad, contra todo lo mal que una persona, por más santa que parezca, puede dejar entrar a su corazón.
Estamos en Cuaresma, y Cuaresma es tiempo de cambio, de conversión. Cuaresma es tiempo de adentrarse, como la autora de este libro, en la propia miseria para dejar paso a la misericordia divina.
Los ángeles no tomaban decisiones por ella, ellos aparecieron como sus compañeros en sus viajes místicos al infierno, al purgatorio y al cielo. Después de las visiones que ella pidió a la Divina Misericordia, fue el doble de duro.
Santa Faustina tuvo la misión de transmitir un mensaje sobre la Divina Misericordia, el Señor le dijo: “Yo bajé del cielo a la tierra por ustedes (…), he derramado mi sangre por ustedes, así que la gente no tenga miedo de conocerme” (Diario, 1275).
De los propios labios de la santa, en este diario de sus últimos cuatro años, nos llega la revelación de que los ángeles le enseñaron a orar bien y a contemplar a Dios, y que ellos nunca aliviaron sus deberes, sino que la animaron a esforzarse y luchar con claras intenciones de acción.
En medio de este mundo plagado de incredulidad y de ideas confusas, vale la pena leer detenidamente esta obra maravillosa de la espiritualidad contemporánea, ya que Santa Faustina tuvo contacto con San Miguel Arcángel, un serafín y un querubín, un espíritu llamado “uno de los siete”, su ángel de la guarda y ángeles de la guarda de otras personas y de las iglesias. Faustina conoció a su ángel de la guarda, por ejemplo, en un tren de Varsovia a Cracovia (Diario, 490).
En los momentos cruciales de su vida, Faustina siempre los invocó. Sus amigos celestiales nunca le defraudaron, ya que no sólo la defendieron de los ataques demoníacos, sino también la consolaron en los momentos difíciles y le recordaron sobre el cumplimiento de sus deberes con amor también.
Destinada por su superiora a la portería del convento, ella sintió miedo debido a los disturbios revolucionarios y a la actitud hostil de la sociedad hacia la Iglesia. En respuesta a su solicitud de protección de Dios le dijo: “Hija mía, en el momento en que te aproximaste a la puerta yo ordené a mi querubín protegerte. Ten calma, por favor.” (Diario, 1271)
Al tener tantos amigos celestiales, Faustina buscó siempre modelar su vida sobre la vida de Jesús crucificado. Solía decir que ella no envidiaba los ángeles porque ellos “sólo” adoraban a Dios, mientras que el Señor vivió en su corazón, como su sangre que circula en las venas a través de la Sagrada Comunión (Diario, 278).
Durante todos los días las meditaciones del alma de Santa Faustina la prepararon para cumplir la voluntad de Dios, buscando y amando el Bien. Cuando estaba en oración en el convento, ella llamaba a la intercesión de los ángeles pidiendo una vida celosa y una buena muerte.
Un jueves en la hora santa Sor Faustina se sintió mal, pero ella decidió no interrumpir sus oraciones, más tarde fue atacada por los demonios que estaban blasfemando y asustándola. Su ángel de la guarda apareció de inmediato y dijo: no tengas miedo, novia de mi Señor, porque no te pueden hacer ningún daño, sin su permiso (Diario, 419).
Sor Faustina nació en el año 1905 en la aldea de Glogowiec, cerca de Lodz, como la tercera de 10 hermanos en la familia Kowalski. Desde pequeña se destacó por el amor a la oración, laboriosidad, obediencia y sensibilidad ante la pobreza humana. Su educación escolar duró apenas tres años. Al cumplir 16 años abandonó la casa familiar para trabajar de empleada doméstica en casas de familias acomodadas.
A los 20 años entró en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, donde como Sor María Faustina vivió 13 años cumpliendo los deberes de cocinera, jardinera y portera. Su vida, aparentemente ordinaria, monótona y gris, se caracterizó por la extraordinaria profundidad de su unión con Dios. Desde niña había deseado ser una gran santa y, en consecuencia, caminó hacia este fin colaborando con Jesús en la obra de salvar a las almas perdidas, hasta ofrecerse como sacrificio por los pecadores. Los años de su vida conventual estuvieron marcados, pues, por el estigma del sufrimiento y las extraordinarias gracias místicas.
Santa Faustina contempló la Divina Misericordia, que le ayudó a soportar las dificultades de su vida. Ella vio un resplandor de gloria en los ángeles, se dio cuenta y luego imitó su humildad y adoración a Dios.
¡Una buenísima lectura para esta Cuaresma!
Maria Faustina Kowalska,
Diario, la Divina Misericordia en mi alma,
Ed. Marian Press.
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