viernes, 30 de octubre de 2015

Cápsula Bíblica 1715

A pesar de su optimismo, la Biblia no cierra los ojos a la trágica realidad: frente al mundo luminoso de la creación se alzan las sombras de matrimonios llenos de problemas, la familia dividida y la misma sexualidad corrompida. El origen de este desorden es el pecado, que rompe la bondad y armonía de la creación. El egoísmo, la concupiscencia, el deseo descontrolado de tener son algo propio de nuestra naturaleza, débil y corrompida. El relato de la caída de Adán y Eva va metido en medio de dos afirmaciones paralelas contradictorias. La primera cierra el anuncio gozoso de la comunidad nueva y grandiosa que acaba de nacer en el matrimonio: "Los dos estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no sentían vergüenza" (Gn 2,25). La segunda afirmación, colocada inmediatamente después de la caída, indica el cambio que se había realizado: "Se le abrieron los ojos a los dos, y descubrieron que estaban desnudos" (3,7). Con el desorden nacía en ellos el sentimiento de culpa.

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