¡Le debo una disculpa a Wolfgang Amadeus Mozart (1756–1791)! La Sinfonía n.º 31 en re mayor, «París», es una de sus sinfonías más conocidas y no había hablado de ella. La acabo de escuchar en vivo el 23 de junio en la espléndida sala de conciertos del Centro Cultural Roberto Cantoral. En el catálogo Köchel es la K. 297 (con el segundo movimiento original) y la K. 300a (con el segundo movimiento nuevo).
En el año de 1778, allá por el mes de marzo, Wolfgang viajó a París acompañado de su madre con el objetivo de encontrar un buen puesto de trabajo allá. Pero este deseo no se cumplió y además Mozart no compuso mucho en París y para colmo, en el transcurso de aquella estancia en tierras parisinas, antes de regresar a Salzburgo, murió su madre. Su éxito más grande de este tiempo fue esta sinfonía que es, como digo, de las más conocidas y además una de las más interpretadas. Esta obra le fue encargada por Joseph Legros, el director del cConcert Spirituel, una de las instituciones más importantes de Francia. Por ello, Mozart se atuvo al estilo parisino que prescinde de un minueto y está provisto de timbales, trompetas y también clarinetes (fue ésta la primera vez que los añadía en sus obras, luego en su última etapa como compositor, éstos ocuparían un lugar preponderante). Aunque a Legros le gustó mucho la sinfonía, le pidió que cambiara el segundo movimiento, debido a que lo consideró demasiado complicado para el público. Mozart accedió a los deseos de Legros, algo fuera de lo normal en él, lo que muestra la importancia que le dio para ganarse su favor. Ambos movimientos se han conservado, tanto el original, como el que Mozart compuso a medida de los deseos de Legros. Pero la ciencia mantiene algunas discrepancias acerca del orden.
La historia de la composición de esta sinfonía, que consta de tres movimientos, muestra claramente lo importante que era para Mozart ganarse la simpatía de los parisinos, aunque a él no le gustaba mucho su sensibilidad musical. La representación de la sinfonía n°. 31 de Mozart se convirtió en un éxito.
El 3 de julio de ese año, casi un mes después del estreno de la obra, Mozart, con gran sencillez, escribió a su padre una carta en donde le compartió sus sentimientos: «Rogué a Dios que todo saliera bien, porque todo es para su mayor honor y gloria... estaba tan feliz, que en cuanto terminó la sinfonía me fui al Palais Royal, donde me comí un gran helado, dije un rosario como lo había prometido, y me fui a casa». ¡Escuchen y gocen esta belleza en este video con Adam Fischer dirigiendo a la Danmarks Radio Orkestret!
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