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sábado, 23 de abril de 2011
Cápsula Bíblica 69
La figura del profeta muchas veces ha sido deformada y reducida a una especie de caricatura de un extraño adivino de otro tiempo, cuya especie ha desaparecido para siempre de nuestro mundo. El Concilio Vaticano II (LG 35) ha recordado que la Iglesia tiene en el presente una misión profética que heredó de Cristo. El profeta es un hombre que vive la verdad que anuncia. Amós pone la siguiente comparación: como cuando ruge el león todo el mundo teme, así cuando Dios habla, cualquiera profetiza (3, 8). San Pablo tiene conciencia de que anunciar el Evangelio no es para él ningún motivo de gloria. Es algo a lo que no puede renunciar porque ha sido dejado como tarea por el Señor (1 Co 9, 16-17). Jesús aparece en medio de una corriente profética, se reconocen en él muchos rasgos que le sitúan en la línea de los grandes profetas: anuncia la salvación de Dios y la urgencia de la conversión. La muchedumbre dará espontáneamente a Jesús el título de profeta (Mt 16, 44; Le 7, 16; Jn 4, 19; 9, 17) y sin embargo, el misterio de Jesús desbordará en todos los sentidos la tradición profética porque él es más que un profeta, el es el Mesías, el Hijo del hombre, el Hijo de Dios.Cristo está en los que llevan su palabra y en ellos quiere ser escuchado (Lc 10, 16; cfr. Mt 28, 19). Cristo actúa hoy y continúa su función profética en la del Pueblo de Dios (LG 12). Cristo, está presente en la voz de su Iglesia.
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