miércoles, 29 de enero de 2014

Cápsula Bíblica 1079

Los primeros cristianos, según vemos en los escritos del Nuevo Testamento, supieron descubrir que el don de lenguas era un regalo de Dios y una señal de la presencia del Espíritu Santo. Sin embargo san Pablo decía que este era uno de los dones cristianos menores y les advertía que se trataba de un don del que se abusaba –y aún se abusa– con suma facilidad. Algunas personas irrumpían las celebraciones litúrgicas fingiendo hablar en lenguas y, de esa manera, hacían que la atención se centrara en ellos en lugar de centrarse en Cristo. Por esta razón en la actualidad en muchas parroquias no se da espacio para esto, sobre todo durante la Misa, la Adoración o las Horas Santas. San Pablo insiste varias veces, en la Biblia, que no se le permita a nadie hablar en lenguas durante las celebraciones a menos que Dios proveyera un intérprete. En una ocasión san Pablo escribió: «Hablo en lenguas más que cualquiera de ustedes; pero en una reunión de la Iglesia, para ayudar a otros, preferiría hablar cinco palabras comprensibles que diez mil palabras en un idioma desconocido» (1 Cor 14,18-19).

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