Hoy quiero hablar de una de las obras maestras de espiritualidad que ha llegado hasta nuestra época. Un compendio preciso y profundo —pero muy accesible— de las principales fases que las almas suelen atravesar en su relación con Dios. Un libro que, habiendo sido escrito hace algunos años —bastantes, diría la gente joven— es de una actualidad impresionante.
Esta obra vio la luz, por primera vez, en 1938, fruto del saber enciclopédico del autor, de su experiencia personal y pastoral en la vida interior y de veinte años de docencia sobre esta materia, y fue una de las obras que más contribuyó a fundar la teología espiritual como disciplina plenamente teológica. El fin de la obra es establecer con rigor la tesis por él sostenida de la necesidad moral de la contemplación infusa de los misterios de la fe para alcanzar la santidad, al menos en la mayoría. La obra está compuesta de dos volúmenes. El primero contiene dos de las cinco partes de la obra: "Las fuentes de la vida interior y su fin", donde se ponen las bases de la vida interior y "La purificación del alma de los principiantes", que trata, sobre todo, de los temas de la ascesis cristiana.
El legado literario de Lagrange en esta obra es cuantioso y variado. Sus capítulos, famosos por la pasión, la claridad y la solidez, fructifican hasta hoy en numerosos artículos y libros de varios autores que universalizan su obra. El éxito de esta obra fue enorme desde el inicio.
"La vida interior es «un preludio» de la vida del cielo" solía decir el autor. En su obra expone, entre otras cosas, algo como esto: "Cuando ya la vida interior pasa a ser cada vez más una conversación con Dios, el hombre se desprende poco a poco del egoísmo, del amor propio, de la sensualidad, del orgullo; y, por la frecuente oración, pide al Señor las gracias siempre renovadas de que se ve necesitado. De esta suerte, comienza el hombre a conocer experimentalmente no ya sólo la parte inferior de sí mismo, sino la porción más elevada. Sobre todo comienza a conocer a Dios de una manera vital; a tener experiencia de las cosas de Dios. Poco a poco el pensamiento del propio yo, hacia el cual hacemos convergir todas las cosas, cede el lugar al pensamiento habitual de Dios. Y del mismo modo el amor egoísta de nosotros mismos y de lo que hay en nosotros menos noble, se transforma progresivamente en amor a Dios y a las personas en Dios. La conversación interior cambia, tanto que San Pablo pudo decir: “Nuestra conversación es ya en el Cielo, nuestra verdadera patria” (Flp 3, 20).
Reginald Garrigou-Lagrange,
"Las tres edades de la vida interior",
Editorial Palabra,
Madrid 1988.
1285 páginas.
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