La Sinfonía n.º 1 en do mayor, op. 21, es la primera de las nueve sinfonías de Ludwig van Beethoven de quien ya he presentado aquí mucha música. Es una obra compuesta en Viena entre los años 1799 y 1800 y dedicada al barón Van Swieten, melómano y amigo de Wolfgang Amadeus Mozart.
La obra que les invito a escuchar esta semana, está escrita para una orquesta formada por cuerdas, dos flautas, dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes, dos trompas, dos trompetas y percusión. Se estrenó el 2 de abril de 1800 en el Burgtheater de Viena.
A pesar de que tiene una estructura muy clásica, la obra fue criticada por su aspecto innovador: la obertura no comenzaba con la tonalidad principal (do mayor), decían que tenía numerosas modulaciones, que el tercer movimiento (falsamente titulado Menuetto) era demasiado rápido, etc. Se le achacaban demasiadas similitudes con la Sinfonía n.º 41 (Júpiter) de Mozart o con otras sinfonías de Haydn. "Una caricatura de Haydn llevada hasta el absurdo." Este fue el comentario de un crítico con respecto a la Sinfonía cuando el compositor la presentó en su primer concierto de gran escala en Viena. Se desconoce la reacción de Beethoven ante la dureza de semejante crítica, pero la comparación inevitable con Haydn debió de haberle irritado.
Haydn había sido maestro de Beethoven así como su principal influencia y los años próximos al 1800 estuvieron marcados por la lucha por superar esta influencia y establecer su propio estilo y su propia carrera. Haydn, reconociendo el genio y el potencial de su discípulo, le había pedido que se designara como "alumno de Haydn". El joven y testarudo compositor, sintiendo que Haydn le envidiaba, se negó, aunque si bien la Primera Sinfonía de Beethoven no suena exactamente como si hubiera podido ser escrita por Haydn, Ludwig jamás habría logrado un ingreso tan favorable en las filas de los sinfonistas sin una comprensión profunda de lo que Haydn había logrado en sus propias sinfonías, a pesar de que incluso hablaba mal del que había sido su maestro. Sin embargo después del fallecimiento de Haydn en 1809, Beethoven dejó de hacer comentarios despectivos y no expresó sino admiración por el compositor cuya música había contribuido a dar forma a la propia.
Beethoven alguna vez le llevaba piezas musicales para que las criticara, pero el joven, a su vez, apreciaba o se molestaba con estas críticas. Beethoven respetaba a su colega mayor, pero se sentía potencialmente en competencia con él. Esta sensación de rivalidad emergió alrededor de 1800, cuando Beethoven ya no se contentaba con ser un compositor de tríos y sonatas al estilo de Haydn. Desafió abiertamente la reputación de este como el más grande compositor viviente, cuando presentó al público su Primera Sinfonía. Hoy en día es difícil apreciar la audacia de la Primera Sinfonía. Comparada con la poderosa Heroica, la Sinfonía en Do mayor parece mansa. Pero para el auditorio de fines de siglo sugería una aterradora y novedosa visión de la música como un arte de emociones desbordantes más que un adorno social. Seguramente, algunas obras de Mozart y Haydn ya habían superado la emocionalidad de la Primera, pero su música más popular no eran las piezas del tipo Sturm und Drang ("tormenta y tensión"), sino más bien sus primas más elegantemente refinadas y clásicas.
La novedad radical de algunas características de la Primera Sinfonía no pasó inadvertida a los primeros que la escucharon. En el primerísimo acorde los oídos contemporáneos bien pueden haber percibido el amanecer de una nueva era. En el 1800 virtualmente no existían antecedentes de una sinfonía que se iniciara con una disonancia; aun más audaz era el hecho de no empezar, como dije ya, en el tono indicado de Do mayor, sino más bien con una sugerencia de Fa mayor. La orquestación –cuerdas en pizzicato que añaden el giro mordaz al comienzo de cada acorde de los vientos– se suma a la novedad del pasaje. Desde este comienzo dramático la música inicia un camino inexorable e intenso hacia el allegro, que llega con un enorme sentido de resolución en Do mayor.
La pulsación de los timbales en el movimiento lento es absolutamente original y en la introducción al final los violines siguen ascendiendo por la misma escala, sin acompañamiento, alcanzando una nota más alta con cada ascenso sucesivo. Este gesto aparentemente simple raya en lo absurdo, lo que lo convierte en un contraste extremo con respecto al allegro sofisticado que viene a continuación, en el que la escala ascendente se convierte en un motivo omnipresente que llega a ser todo menos obvio. Se sabe que algunos directores de las primeras épocas hasta llegaron a omitir la introducción por temor a que el auditorio se riera. Pero mejor escúchenla ustedes mismos con varios directores y juzguen:
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