Siendo Dios, y por ello perfecto, no hubiera sido necesario que Cristo fuera presentado en el Templo para ser consagrado, ni tentado, ni crucificado. Todo esto lo experimentó porque es verdadero Dios y verdadero hombre, lo hizo para relacionarse con aquellos a quienes vino a salvar, para abrirles camino a la salvación. Moisés estableció que los sacerdotes fueran escogidos por de en medio de sus semejantes, para poderlos representar debidamente. Hay dos textos de la Carta a los Hebreos, en la Biblia, que nos hablan de la misión de Cristo al ser Consagrado: "En efecto, a fin de llevar a muchos hijos a la gloria, convenía que Dios, para quien y por medio de quien todo existe, perfeccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos". (Heb 2,10) "Por eso era preciso que en todo se asemejara a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. (Heb 2,17) El Padre mismo consagró a Cristo para su ministerio:
"En ese momento —dice el Evangelio— se abrió el cielo, y él vio al Espíritu de Dios bajar como una paloma y posarse sobre él. Y una voz del cielo decía: «Éste es mi Hijo amado; en quien tengo puestas mis complacencias»." (Mt 3,16-17).
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martes, 29 de diciembre de 2015
Cápsula Bíblica 1775
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