martes, 18 de febrero de 2020

Cápsula Bíblica 3269

Israel, una vez libre de los Egipcios gracias a la actuación amorosa de Dios, entra en el desierto. Y el desierto es árido, caluroso, agobiante y molesto. Es una clara imagen de los períodos de sequedad y rutina de nuestra vida en los que parece que nada cambia y todo se hace pesado. Sin embargo, en el desierto es donde Dios acompaña, guía, actúa y enamora a su pueblo: Pues tú, por tu inmensa misericordia, no los abandonaste en el desierto. No se apartó de ellos la nube que durante el día los guiaba en su camino, ni la columna de fuego que por la noche alumbraba la ruta por la que habían de caminar (Nehemías 9, 19). Es un tiempo donde la paciencia de Dios se hace presente. ¿La de Dios? ¿No la nuestra? Sí, porque aunque Dios quiera hacer ya grandes obras con ese pueblo, ellos necesitan primero conocerse y saber los límites que poseen. Y saber que cuando vencen, es Dios quien vence en ellos.

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